jueves, 16 de diciembre de 2010

De mi casa a Melbourne

Google Analytics es una herramienta que permite conocer los accesos habidos a cualquier página web. Al analizar las visitas que vengo recibiendo en este blog concluyo que hay una media cercana a las cien diarias, con un máximo histórico de doscientas y pico, preferentemente de España, México y Argentina. Sé también que las entradas más vistas son las relacionadas con mi libro Mi planeta de chocolate y que el promedio de tiempo por visita es de apenas tres minutos.
En muchas de ellas intuyo su procedencia: mi sobrina Mariela desde Iowa, mis amigos Adrián desde Buenos Aires, Carmen desde Estocolmo, Aurora desde Johannesburgo o Sandra desde México DF., mi colega Rodolfo desde Santiago… Reconozco que algunas me sorprenden, como las habidas recientemente desde Belice, Filipinas o Albania. Y en otras me encantaría descubrir a la persona que las realiza, como ocurre con ese seguidor que desde Australia se asoma cada día a este blog.
Vaya para todos mi gratitud más sincera por su confianza, junto a ese fragmento del libro Cartas para un país sin magia en referencia a aquel deseo infantil de llegar precisamente a cualquier lugar del mundo:

Un día alguien propone hacer un agujero en el patio que atravesando el centro de la Tierra llegue directamente a las antípodas. Una especie de túnel hasta Australia que empezaría en el corral de nuestra casa. A quien quisiera ir allí a ver canguros le cobraremos una peseta... más que nada, para piruletas y gastos de envío. Decidimos hacerlo despacio; alcanzar esa meta paso a paso. Si quieres llegar, no corras.
Después de cavar tres días con rastrillos de la playa, mi tío nos lo tapó. Argumenta los peligros de tener un pozo en medio; que el abuelo puede caerse. Y las cosas del suelo no se cogen. ¿Por qué cuando no quieren que hagamos algo le echan la culpa a otro? Además eso no es cierto, porque él nos deja. ¿A que sí, yayo?
Eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca.
- Al final os voy a tener que pegar. ¿No veis que lo hacemos por vuestro bien?
¡Qué miedo cuando alguien hace algo por mi bien!; porque sea lo que sea, casi seguro que no me gustará.
El hoyo estaba quedando muy bonito. Y profundo, que es lo que importa. Sacamos tanta arena que no cabía en la carretilla. Pero mi tío insiste en que aquella aventura le suena a tontería. ¿Y qué no resulta una tontería para quien todo lo ve como tal? Nadie nos enseña a vivir.
¡Qué faena; con lo que hubiéramos disfrutado asomando la cabeza en Australia!

2 comentarios:

Ángeles Hernández dijo...

Como dijo hace unos días Mario Vargas:
Gracias a los libros podemos viajar sin desplazarnos de nuestra casa (ni hacer agujeros en la playa, aunque -añado yo- si los niños querían atravesar la tierra con sus palas para llegar a las antípodas, estoy segura de que ese deseo tenía su origen en la lectura de un libro).

También te visitamos desde Navalmoral,lugar mucho menos exótico que Australia, pero desde donde se te sigue con el mismo encantamiento.

Un abrazo Manuel y desde ahora que pases unas felices fiestas con Manolito chiquito (que ya estará enorme), con su mamá y con todos los que quieres. Á.

Manuel Cortés Blanco dijo...

Hola Mª Ángeles. ¡Qué verdad tan grande: gracias a los libros podemos viajar sin desplazarnos de casa! Me encanta porque es así.
Como me encanta tener vuestras visitas desde Navalmoral o cualquier otro lugar del mundo.
Lo de mi seguidor en Australia es una anécdota que por curiosidad me gustaría resolver.
Desde León, hoy bastante abrigadicos, te deseamos lo mismo a ti. Otro abrazo grande y lo mejor para ese nuevo año que en breve comienza.