lunes, 3 de marzo de 2014

Mi vida después de ti

La memoria se convierte en esa despensa que llenamos con vivencias, vividas o no, para constatar que hubo un tiempo en que fuimos felices. Al igual que la rebeldía se erige en patrimonio del joven, los recuerdos consolidan un derecho del adulto. Y es que cuando algo importante nos ocurre, ocultarlo equivale a mentir.
En esa despensa persiste el derecho de admisión. Y desde su ejercicio, diluimos en la anécdota aquellos pasajes que puedan dañarnos, embelleciendo los hechos en su narración.
Además, hay muchas cosas que únicamente entiendes cuando las repasas, no cuando sucedieron. Los años aportan esa perspectiva que permite ver el bosque sin que lo tape su arbolado. Desde mi madurez he perdonado a quien nunca perdonaría, he aprendido que lo importante en un baile es bailar y no quejarse de que te pisan, he mirado atrás sin dejar de mirar hacia delante. Absolví tantos errores, conviví con mis pecados. Incluso me he cerciorado de que el día en que la vida pase cuentas, no le pueda pagar.
Gracias a esas experiencias, el hombre va forjando su identidad hasta reubicarse por completo. Si no soy yo, ¿quién? Si no es aquí, ¿dónde? Si no es ahora, ¿cuándo? 
Me siento latino, y si embiste el olvido lo toreo...

Nota: Párrafo perteneciente al capítulo titulado Mi vida después de ti, incluido en mi libro Mi planeta de chocolate.

No hay comentarios: