miércoles, 6 de mayo de 2015

Cuando Pancho conoció a Benito

En ese momento aparece Pancho con su traje marinero. Sonríe, se interesa por los sueños de Benito y le ofrece una chocolatina que tomó de prestado en la cocina. Todavía hay gente mejor que su fama.
- ¿Quieres que juguemos a las preguntas? –propone al pequeño.
Este sopesa qué decir, pues el resto de los niños prefieren marchar. Nota que aquel hombre se siente solo y que, si no la encuentra en esos acertijos, buscará compañía en la botella. Además un mal comienzo nunca fue definitivo. Decide quedarse con él; al menos hasta el próximo recuento.
El juego de las preguntas parece sencillo. Uno lanza interrogantes absurdos y el otro responde con imaginación; la misma que convierte a una gaviota en ballena. Así, por arte de magia.
Empieza Pancho.
- Si un vino seco cae al mar, ¿sigue siendo vino seco?
¡Qué pena que en este concurso no existan comodines! Los habría pedido todos.
- ¿Qué animal está hecho a base de retales: hocico de oso hormiguero, cola de rata, coraza de hipopótamo?
¡El armadillo! El chico no acierta ni una.
- ¿Qué es un camarón?
Esta sí que la sabe: un aparato grande para hacer fotos. La madre de Vanesa tiene uno. Si bien se antoja fácil, muy poco original. Lo habría adivinado hasta un niño.
Mejor que las cuestiones las haga Benito. A ver si así se divierten más.
- ¿Por qué existe la guerra? ¿Por qué le dicen animalada si lo ha hecho un hombre, no un animal?
Silencio, más silencio. Dijeron preguntas absurdas, no imposibles. La imaginación no alcanza tan lejos. A veces lo verdaderamente sencillo es convertir un pájaro en ballena.

Nota: Párrafo perteneciente al capítulo titulado Cuando duermen las horas, incluido en mi novela Mi planeta de chocolate.

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