viernes, 30 de enero de 2015

Tres coincidencias en el Día de la Paz

En cierta ocasión descubrí con alegría que el genial Gabriel García Márquez y yo coincidíamos en una cosa: que en nuestras respectivas infancias, ambos queríamos ser magos cuando fuésemos mayores.
Tiempo después, supe de una segunda coincidencia con otro grande de la Literatura, Mario Vargas Llosa: que los dos tenemos en "Tolerancia" a nuestra palabra favorita (en mi caso, son "Libélula" por su fonética y precisamente esa por su significado).
Hoy 30 de Enero, Día Escolar de la No Violencia y la Paz, quisiera aunar ambos recuerdos y convertirme en mago por un instante. Para así -sacándola de una chistera- llenar de tolerancia nuestro mundo, a sabiendas de que se trata del mejor antídoto contra tantos males, del mejor abono para cultivar la convivencia.
Aun cuando no escribieran demasiado, al repasar las vivencias con mis abuelos he encontrado un tercer recuerdo, una tercera coincidencia: tanto ellos como yo aprendimos a dar las gracias cuando merecen ser dadas. Por eso, también en esta celebración, quisiera agradecer a los centros de enseñanza que han escogido mi cuento La ramita de olivo -incluido en mi libro El amor azul marino- para trabajar con sus alumnos un valor tan importante como la paz. Y desde luego a la leonesa Librería Casla, por incluir dicho relato en el mural que en esa misma línea adorna su escaparate, junto a cientos de manos pintadas con forma de paloma.

martes, 27 de enero de 2015

Los apodos de mi pueblo

A pesar de sus diferencias, muchos de los habitantes de mi pueblo comparten apellido. Algunos derivan del nombre del padre, sea sin flexiones (Domingo) o de forma prefijada (Domínguez). Otros son toponímicos, aludiendo a su lugar de procedencia (Soriano). También existen de oficios (Pastor), objetos (Cadenas), características físicas (Blanco) o animales (Cordero). Y siempre, sea infanzón o plebeyo, detrás de cada uno sigue un mote. Pero no un mote cualquiera, sino elegido a conciencia. Así, a una que cojea le apodan la malos pasos… A quien muestra algo de ingenio, el ingeniero... Y a aquel que elude sus citas, el guarda forestal, por los plantones que da. 
Cuentan que en cierta ocasión, al tomar posesión de su cargo un secretario del Ayuntamiento, el ordenanza que estaba en la puerta le advirtió que tuviese cuidado pues allí era costumbre ponerle mote a los nuevos.
- No se preocupe usted –dijo el incauto funcionario-, que tomaré mis precauciones.
Desde entonces ese, precisamente, fue su sobrenombre: el precauciones.
También resultan curiosos los dos apodos que tiene su maestro. Dicen que al llegar al pueblo llamaba la atención por las preguntas inverosímiles que hacía en clase
- ¿Dónde duermen las mariposas? –planteaba a la hora de Ciencias Naturales.
- En su cama –le contestan los alumnos.
…Y por lo guapo que era. De modo que las mozas le empezaron a decir el bonito. Entre la envidia y la venganza, los mozos se mosquearon por tal actitud, poniéndole el nombre de otro pescado: el bacalao. Hoy, a pesar del discurrir de los años, comparte ambas denominaciones según sea la persona que a él se refiera. Y es que procedan de algún hecho ocurrente, de un oficio o de cualquier rasgo físico, con frecuencia tales motes se transmiten entre generaciones, permitiendo que la tradición siga su curso al sustituir en el día a día a los nombres originales. 

Nota: Párrafo perteneciente al capítulo Cuando callan las campanas, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.

jueves, 22 de enero de 2015

Al lado de nuestros mayores

Mi primer trabajo, nada más de terminar la carrera, fue como médico en una residencia para personas mayores. Quizá de ahí provenga el inmenso cariño que le tengo a este colectivo.
Allí realicé una tarea entrañable, tan difícil como grata, que sin duda me marcó. Recuerdo que, después de la consulta de cada día, pasaba un rato largo charlando con esos residentes o simplemente acompañando a aquellos que -por la razón que fuese- no podían charlar. Recuerdo cada vivencia que compartieron conmigo, cada gesto, cada historia escondida detrás de tanta arruga.
De aquella época proceden algunos artículos científicos que publiqué en distintas revistas geriátricas, y las bases para establecer ese Decálogo para un envejecimiento saludable que recientemente hemos editado en el Boletín de Bioética de la Universidad Complutense de Madrid.
En la actualidad sigo profesando aquel mismo cariño desde mi condición de miembro del Proyecto Solidario "Los Argonautas", dedicado a una mejor atención de esas personas mayores (en especial, a las más desfavorecidas). Y es que en su trato, he acabado haciendo mía la cita que dijera el filólogo Ramón Méndez Pidal: "No debemos empezar pronto la senectud, sino al contrario, rebelarnos contra ella en todo lo que la rebeldía pueda ser sensata, no dejando extinguirse el amor a las obras comenzadas en la juventud y dando calor a las ilusiones de razonable esperanza".

lunes, 19 de enero de 2015

Mil sonrisas para este "Blue Monday"

Según cierta fórmula matemática establecida por cierta Universidad, hoy -19 de enero- es el día más triste del año: el conocido como Blue Monday. Entre los factores que la misma considera para su cálculo, se incluye el día de la semana (lunes), su climatología (en mi ciudad hemos despertado a bajo cero), nuestra motivación, la necesidad de tomar decisiones... E incluso la orografía (en plena cuesta de enero).
Ciertamente, con el tiempo que hace, admito que no está la jornada para muchas fiestas. Pero hubo algo que aprendí de uno de mis personajes y que siempre me aplico en estos casos: "que llueva o nieve no depende de ti; que lleves paraguas, sí".
Así que, desde esa filosofía positiva, pintemos mil sonrisas a este Blue Monday o como quieran llamarle.

domingo, 18 de enero de 2015

Por un mundo sin ELA

Hasta que no empecé a estudiar Medicina, no había oído hablar nunca de la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica); esa enfermedad de origen desconocido que afecta al sistema nervioso de la persona que la padece y que -poco a poco- le va dejando sin verbos. De manera que un día -de manera irreversible- comienza a no poder hablar, otro a cojear, un tercero a presentar dificultades para deglutir... sin que afecte, eso sí, ni a su cerebro ni a su capacidad de pensar.
Siendo ya médico, como otra paradoja de esta vida, contemplé por mí mismo cómo la ELA atacaba impasible a dos personas cercanas: una familiar de primer grado y un amigo de primera infancia. Ninguno de los dos dejó jamás de luchar. Y a pesar de que ambos acabaran marchándose por su culpa, a ninguno pudo arrancarle su extraordinaria manera de ser.
Por todo ello, y aun a sabiendas de su crueldad, he procurado siempre aportar mi granito de arena en la lucha contra esta patología: siendo socios de la Asociación ELA del Principado de Asturias, compartiendo una sentida referencia al respecto en mi libro Nanas para un Principito, apoyando a las plataformas que piden que nada ni nadie paralice su investigación, e incluyéndola con fines sensibilizadores en ese proyecto científico-literario Cuentos a tu salud, del que ya comentaré.
Recientemente he sabido que muchos de los grandes de la Música española se han unido en un concierto solidario Por un mundo sin ELA, que se celebrará el próximo 31 de enero en el Palacio de los Deportes de Madrid. Luz Casal, Rosendo, Amaral, Miguel Ríos, Miguel Campello, Víctor Manuel... Por razones personales no podré asistir, pero me haré con una entrada en su fila cero. Y es que -y lo digo plenamente convencido- esta iniciativa merece la pena.

viernes, 16 de enero de 2015

En el Día Internacional de la Croqueta

La primera vez que presenté unas líneas a un concurso fue por culpa de unas croquetas. En casa escuchábamos con frecuencia un programa de variedades de la radio local, donde acostumbran a premiar cada semana la mejor receta que les remitieran.
Mi madre -como antes lo fuese mi abuela- era una excelente cocinera. Le salen unos platos para chuparse los dedos, y una repostería que desata la envidia de todos los amigos del recreo. O si no que se lo digan al Canillas.
- Mamá -le pregunta Anselmito a la suya-, ¿por qué no haces unos pasteles como los de Manolito?
Una vez elabora unas croquetas de pollo. Saben tan exquisitas que luego no nos entra el filete de ternera. Papá come dos sartenes y mi tía Pili, que ese mediodía anda por allí, decide saltarse su régimen de verduras.
Hay que dejar constancia de esa fórmula magistral: dos cucharadas soperas de harina, una de aceite, cuarto de litro de leche, un huevo, nuez moscada, pollo desmenuzado y una pizca de sal. Sin embargo, esa sucesión de ingredientes no hace justicia al deleite de su sabor. De hecho, a la madre de Anselmito, con esos mismos productos, no le salen tan ricas.
Entonces mamá detalla cómo las hace, confesando su toque personal. Cual si fuera un notario, voy tomando nota de cada paso: echar la harina antes que la leche para evitar grumos, que el aceite muy caliente cubra cada unidad, colocarlas sobre papel absorbente. Eso más los secretos que no se revelan; porque en algo debemos distinguirnos del resto de las madres.
Redacto la receta con tanto cariño que en boca de un cuentacuentos habría pasado por una historia. No en vano terminamos remitiéndola a aquella emisora y obteniendo el primer premio: una cubitera y un molinillo. La próxima vez que nos presentemos lo haremos con un helado de café.
En el barrio, la mamá de Anselmito le pregunta a la mía:
- ¿Cómo es posible que con un plato tan simple haya ganado el concurso? Yo envié una langosta armoricana con aderezo de queso, y mi amiga una brandada de bacalao con caviar. ¿Acaso no parecen suficientemente sabrosas?
La sencillez y la dedicación son virtudes difíciles de explicar a quien las confunde con la simpleza. Mi madre opta entonces por la prudencia:
- Estaba muy bien escrita... Por eso la seleccionaron. Usted no sabe lo bonito que redacta mi hijo.

Nota: En este Día Internacional de la Croqueta comparto el siguiente párrafo perteneciente al relato Las croquetas de pollo, incluido en mi libro Cartas para un país sin magia.

miércoles, 14 de enero de 2015

El amor según Benito

No hay peor ciego que el que no quiere ver, peor sordo que el que se niega a escuchar, peor mudo que el que no tiene discurso.
A sus nueve años recién cumplidos, Benito se ha enamorado de Vanesa. Así, de pronto y perdidamente, sin efectos secundarios, a punto de caramelo. Ya le pasó otro tanto con María, la enfermera gaditana que tan bien les atendiera en su periplo por tierras galas; con doña Rufa, en sus lecciones de urbanidad... E incluso con Montse, la menor que cada noche duerme junto a esa maleta, esperando reencontrarse con sus padres.
Peor el amor platónico que el no correspondido. Si fracasas, al menos lo intentaste. Sin embargo esta vez parece diferente, único, solo mío pese a ser de tantos.
Un hombre sin un gran amor es solo medio hombre. Un niño con un gran amor es doblemente niño.
Benito sufre sus síntomas en silencio: rubor de las mejillas si la veo, flaquear en las piernas cuando viene, un turbo en el marcapasos si le mira. Incluso daría por ella su tesoro: una chocolatina. Porque ese sentimiento, a diferencia del egoísmo, es entrega, no posesión. ¡Todavía no sabe que a lo largo de su vida morirá muchas veces por su culpa!

Nota: Párrafo perteneciente al capítulo Próxima parada: Morelia, incluido en mi libro Mi planeta de chocolate.

domingo, 11 de enero de 2015

"Siete paraguas al sol" en Periódico Irreverentes

En la web del periódico digital Irreverentes han abierto un espacio en su apartado de Narrativa dedicado a mi libro Siete paraguas al sol, de manera que regularmente irán publicando en él distintos párrafos del mismo. Así repasaremos las andanzas de Faustina y sus hermanas, acompañándolas en tantos viajes por nuestro mundo y -quizá lo más interesante- en esas excursiones por el alma... hasta descubrir aquella máxima de su padre de la que he acabado haciendo bandera de mi vida: "que llueva no depende de ti; que lleves paraguas, sí".
Por supuesto, quisiera a través de estas líneas expresar mi gratitud a Fernando Veglia y a todo su equipo editorial. En un universo literario en el que cuesta tanto hacerte ver, valoro muchísimo que se me abra una ventana como esta.

jueves, 8 de enero de 2015

Un cuento que habla por mí

Hay días como hoy en los que una mezcla de tristeza, dolor e indignación ahoga mis palabras. De hecho, tan solo fluye de mí algún cuento perdido. Desde el máximo respeto para las víctimas del atentado que ha vivido la ciudad de París, mi solidaridad con los profesionales de la información y la enérgica condena del mismo, he reescrito este para expresar lo que siento. Disculpadme, pero no sé hacerlo de otra manera. Eso sí: que nadie nos quite nunca el derecho de hacerlo como decidamos.

Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando la Naturaleza era un auténtico caos, surgieron las estaciones. Primavera, Verano, Otoño e Invierno se turnaron en el año para dar una cadencia a la vida que permitiera a los hombres alcanzar su Libertad. Y lo hicieron sin prisas, como corresponde a esas cosas que son para siempre.
Aquel proceso fue un encargo divino al país del Arcoíris. Y es que, alarmado por los caprichos del clima, el Creador pidió a los colores que diseñaran esa secuencia. Todos aceptaron el reto sin dilación.
Azul y Verde pintaron la Primavera. Quisieron que llegara por el este cada 21 de marzo. La llenaron de agua, de flores, de aromas. Los sentimientos que comparten su paleta lucen por entonces los mejores brillos. Es la época del Amor, de la Esperanza.
El Rojo y el Amarillo dieron calidez al Verano. Aliados con fuego y sol, decidieron que surgiera desde el sur en el mes de junio. Lo colmaron de siestas, bronceados, de playas. La Pasión reina entre los afectos, esculpiendo brillos de parajes estivales.
De la gama de Marrones surgió el Otoño. Un hayedo sirvió de esbozo. Hojas caducas que duermen a ras de suelo, perfilando contrastes increíbles. La Melancolía vino con él, por el oeste, un 21 de septiembre.
El Blanco escogió al Invierno. Pintó el frío, la nieve, el abrigo. El norte es su punto cardinal y diciembre la primera página del calendario. Por unos días, el resto de las tonalidades se incrustaron en él pintando la Navidad. Es entonces cuando afloran los más tiernos sentimientos.
Al contemplar Dios aquella obra quedó maravillado. Tal sucesión de períodos ponía orden entre el desatino. Era el guión perfecto para los ciclos reproductivos, para la propia Naturaleza. Los habitantes del país del Arcoíris habían cumplido con su objetivo.
Entre bailes impresionistas, el tiempo siguió pasando. Hasta que un día, muchos, muchísimos días después, el Señor les hizo otro encargo. Quería recordar a los Hombres que su Libertad exigió un esfuerzo, que no fue tan fácil salir de las cuevas. Quería mostrarles que la era del caos nunca se dio por vencida y que a veces aflora entre ellos en forma de reyertas, disparos a quemarropa o bolsas con dinamita camufladas en un vagón. Quería ratificar su apuesta incondicional en favor de la Justicia, la Comprensión, la Convivencia, la Tolerancia. Y quería que ese deseo tomara forma a través del color.
Todos los matices que componen el arcoíris se pusieron manos a la obra. Escogieron como lienzo el firmamento y sobre su fondo azulado dibujaron 12 estrellas. Fue el homenaje sincero nacido de sus pinceles a las víctimas mortales de una barbarie cometida en París la mañana de un siete de enero.
Desde entonces, cada una de ellas nos recuerda con su brillo que el ser humano no debe volver a la oscuridad de las cavernas; que su futuro solo pasa por el Bien, que no es posible la vida en el andén del rencor.
Los más nobles sentimientos rubricaron ese deseo. El Creador, y con Él la gente buena, también. 

martes, 6 de enero de 2015

En el Día de Reyes

En casa, las vísperas del seis de enero se vivieron siempre de manera especial. Junto al sofá del salón -además de unos zapatos con sus nombres respectivos-, dejábamos un mensaje repleto de dibujos dando la bienvenida a esos magos, algún vasito de tinto para los pajes, agua y pan para sus camellos, turrón por si tienen hambre, guantes de lana por si pasan frío. Hubo un año en que con las prisas derramaron el vino sobre la alfombra… Pero si han sido los Reyes, ¿por qué se enfada tanto mamá con papá? La puesta en escena desbordaba tal realismo que aún sigo creyendo que aquellos señores que vienen de Oriente solo podían ser de verdad.
Desde los retazos de aquel recuerdo y aun a riesgo de que nos traigan carbón, he escrito siempre ese día la primera página de mis libros. Y es que, en cierto modo, no dejo de percibirlos como un regalo.

Nota: Párrafo perteneciente al prefacio La regla del siete, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.

sábado, 3 de enero de 2015

La primera reseña del año

La primera reseña para uno de mis libros en este 2015, concretamente de Siete paraguas al sol, llega de la mano de Javier Fernández Jiménez, responsable del espacio literario La Biblioteca Encantada en Radio Veintiuno Sierra Oeste. Ha sido publicada hoy en el blog del programa, cuyo enlace adjunto en los comentarios por si fuera de vuestro interés.
Mil gracias a Javier y a todo su equipo de "bibliotecarios" por sus palabras, su acogida y su cercanía. Y dad por seguro que nos seguiremos contando.

Estamos en tiempos de Crisis económica, social, de valores... en fin, Crisis, en mayúscula. Pero aún podemos esbozar una sonrisa ante lo que nos toca vivir, puede que no sirva de mucho, pero al menos hará que no nos resignemos a ser infelices del todo. El libro que tenemos en nuestro 36º programa servirá para que esbocemos más de una sonrisa y sepamos lo que es pasarlo mal de verdad, nos valdrá para viajar a buena parte de este mundo y para hacer una introspección de nuestra vida y sentimientos. Siete paraguas al sol, publicada por Ediciones Irreverentes y ganadora del VI Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches, es una novela para leer, sentir, reír, llorar y, sobre todo disfrutar. Una estupenda historia repleta de relatos, cuentos y mil y un motivos para vivir.

jueves, 1 de enero de 2015

Concierto para un Feliz Año Nuevo

Allá en los tiempos del Rey que rabió, la Música era cuestión de un único instrumento. De manera que el violín, la guitarra, la flauta o el piano sonaban independientes sin que sus sones combinaran entre sí. Tal era la costumbre de aquellos primeros años, tal era la forma que había de componer.
Y ocurrió que en unas Navidades en las que la nieve cubría los prados, varios músicos se juntaron para compartir el calor de una fogata. Bajo el candor de la lumbre, fueron pasando sus panes de mano en mano, su vino de boca en boca… Aquel entonó cierta cancioncilla, ese resopló por el trombón, otro atizó su pandero… Así, poco a poco, fueron sumando sonidos a la reunión.
Nota a nota, las cadencias de esos instrumentos se acabaron uniendo; primero a partir de un dúo, luego de un trío, después de un cuarteto… Y cuenta la tradición que, precisamente por ello, en la madrugada de aquel año entrante surgió la primera orquesta de la historia.
Desde entonces, como justo tributo a tal acontecimiento, el día del Año Nuevo se celebra un hermoso concierto en alguna hermosísima ciudad. Quizá el dónde sea lo de menos, al igual que el cuándo, el quién o el cómo. Lo verdaderamente importante es por qué resuena del modo que resuena en los corazones de aquellos que lo escuchan.
Y colorín colorete, este cuento se hizo cohete.

Nota: Cuento titulado Concierto para Año Nuevo, incluido en mi libro Nanas para un Principito.
¡¡Feliz 2015!!