jueves, 8 de junio de 2017

De leer y sus efectos

Leer permite cambiar el foco desde el que miramos. Que no nos suceda lo que al pez: ¡que no sabe que está en el agua hasta que no sale de ella! Si la realidad de fuera va a seguir siendo igual, cambiemos al menos nuestra percepción. Te seguirán pasando cosas, pero las observarás desde otro lugar.
Tampoco cabe duda de que existe un lector para cada libro y un libro para cada lector. Al final, unos y otros se acabarán encontrando. En dicha relación, el hábito de leer ha establecido sus propias normas: se trata de un verbo que repudia el modo imperativo –no podemos conjugarlo sintiéndonos obligados-, que devoremos obras no significa que digiramos todas, a las personas no les define tanto aquello que leen como aquello que releen… Y, debemos admitirlo, hay veces que no te salvan ni los libros de autoayuda.
Definitivamente, quien lee sabe más de la vida que quien no lee.
De hecho, esa vida constituye una sucesión de aciertos que siempre nos refuerzan y de errores que no siempre nos enseñan, de rutinas insípidas combinadas con instantes que acaban dejando un buen sabor de boca, de movimientos continuos ante los que cuesta mucho fijar nuestras ideas. Que tengamos valores en ella tampoco significa que todo valga. En ese aprendizaje, como en cada periplo en el que me he embarcado, conté con la ayuda inestimable de una biblioteca. Porque leyendo, al igual que tejiendo cuentos, se nos pasa el tiempo entre costuras (María Dueñas): preparé mi maleta en once minutos (Paulo Coelho), estuve despidiéndome cinco horas con Mario (Miguel Delibes), dimos la vuelta al mundo en ochenta días (Julio Verne) porque nos dijeron que no serán más de tres meses (Adrian Bell)… Y acabé recordando cada detalle durante cien años de soledad (Gabriel García Márquez).
Luego me dio por escribir... Y fundé, entre otros, mi planeta de chocolate, donde lucen cada noche sus catorce lunas llenas.
LEER es un verbo que rebosa magia. La misma que permite imaginar prohibidos allá donde no hay ninguno, cabalgar sobre unicornios hasta el origen del arcoíris, convertirnos en bucaneros, tatuarse bajo la piel el sonido de la lluvia, sobrevolar en dragón los confines del mundo, o compartir cualquier leyenda en esa fiesta del lenguaje llamada Filandón.

Nota: Párrafo incluido en el relato titulado La faena del leñador, incluido en mi libro Catorce lunas llenas

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